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¿Por qué soy voluntario en Yanapanakusun?

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La Asociación Ascoltiamo le Voci Che Chiamano ayuda a Yanapanakusun con proyectos que promueven el acceso a educación y salud de calidad de niñas, niños y adolescentes de zonas rurales de Cusco. Desde 2007 la Asociación envía anualmente como voluntarios a jubilados italianos que apoyan en la construcción y reparación de escuelas y brindan soporte didáctico.

A continuación, los voluntarios Alvino, Giorgio, Claudio y Antonino cuentan su experiencia durante el arreglo del techo del jardín infantil de la Comunidad Campesina Perccajata, (provincia Paruro – Cusco). El trabajo se hizo en septiembre 2023 en coordinación con las autoridades comunales, el personal de Yanapanakusun y los técnicos del municipio de Omacha.

Giorgio: Impresiones de viaje, gente y niños del Perú.

Son muchos los encuentros que han quedado grabados en mí del tiempo que estuve trabajando en la sustitución del viejo y maltrecho techo del jardín infantil de Perccajata.

Muchas han sido las escenas divertidas, conmovedoras, intensas, que nos llevaron a reflexionar sobre su situación y la nuestra, y que sin duda impactaron en nosotros. Hubo varias ocasiones en las que la gente del pueblo -siempre dispuesta a ayudar a pesar de los limitados medios disponibles- nos mostró gran hospitalidad y disponibilidad. Por ejemplo, con pocos y sencillos ingredientes las madres de los niños se turnaban para preparar el almuerzo que luego compartían con nosotros.

Otro aspecto que llamó mucho mi atención viniendo de una sociedad basada en el consumo como la nuestra, es la capacidad de reutilización. Mientras nuestras plataformas ecológicas o los cubos de la basura están llenos de productos casi nuevos, en Perccajata nadie tira nada, por ello, las tejas del techo viejo fueron amontonadas para nuevos usos.

Fueron sobre todo los niños los que nos impresionaron, porque a pesar de sus pocos años, evidenciaban una fuerte inclinación a compartir y fraternizar. En otro caso, nos llamó mucho la atención cuando partieron en trozos pequeños unas rodajas de salame, comida que nunca habían probado, o también cuando se turnaban sin discusiones en el columpio (construido por Severino, otro de los voluntarios) para dar a todos la oportunidad de mecerse, una actividad que por lo visto entusiasma a los niños de todos los continentes.

Como es imaginable, estos niños tienen pocos juguetes, pero suplen las carencias «materiales» con gran fantasía e imaginación, y se divierten, quizás más, que el típico niño italiano que, a veces, no disfruta de sus juguetes. Y entonces, un trozo de madera se convierte en caballo, y el rollo de plástico que envolvía la chapa del techo se convierte en espada. En definitiva, ellos tienen una gran imaginación, que no da lugar a juegos aburridos y tristes, sino todo lo contrario.

Su timidez inicial duró muy poco, y quizás a nosotros nos ayudó nuestra reputación de «italianos», cuando el director de Yanapanakusun nos presentó con nuestra nacionalidad, todos los niños presentes se entusiasmaron… un momento de orgullo casi patriótico para nosotros.

El triste momento del último adiós fue lleno de abrazos. El cariño de las niñas y niños fue sin duda el mejor reconocimiento al trabajo realizado, y sus risas y sonrisas siguen vivas en nosotros.

Alvino: siempre siento un fuerte deseo de volver

Conocí al Centro Yanapanakusun durante dos viajes que hice para recorrer en bicicleta los Andes peruanos. En uno de ellos, pude notar que muchas estructuras, construidas por Vittoria Savio y sus colaboradores, necesitaban mejoras y obras de mantenimiento. Decidí apoyar, por ello viajé otras 4 veces a Perú como voluntario, poniendo a disposición mi oficio y experiencia.

En todos los lugares donde fui solo o con otros voluntarios me sentí a gusto, siempre acogido calurosamente. Las emociones que sentí al observar a los habitantes, sobre todo la sencillez de las niñas y niños que juegan sin juguetes, o caminan hasta 5 km para ir a la escuela solos o con otros compañeros, despertaron en mí mucha ternura.

Seguramente si considero estas emociones y la pasión que tengo por el Perú, siento siempre un fuerte deseo de volver. Cada vez que regreso a Italia me siento feliz y traigo conmigo los recuerdos de los buenos momentos pasados como voluntario y como turista.

Claudio: los sonidos, colores y rostros del Cusco aún me persiguen.

Aunque hayan pasado ya seis meses, todavía me resulta difícil describir completamente la experiencia que tuve en Perú el pasado otoño. Una gran cantidad de imágenes, sonidos, olores, colores y rostros se persiguen y se entrelazan en mi interior. No es fácil restablecer el orden de las emociones porque los recuerdos siguen vivos e intensos, casi violentos.

Podría empezar por la desorientación que provocan las noches pasadas al sur del ecuador: constelaciones desconocidas para quienes están acostumbrados a buscar en la oscuridad la familiar presencia de la Osa Mayor o Casiopea. Noches más oscuras que el alquitrán que de repente descienden a las seis de la tarde. O podría intentar traducir en palabras el sentimiento de desconcierto que sentí en los altiplanos andinos: horizontes ondulados que, como dunas del desierto, se alternan con extensiones que bordean el infinito. El sol vertical, las nubes blancas corriendo veloces contra un cielo azul tan cercano que puedes tocarlo extendiendo la mano. O, aun, una muestra de la selva amazónica que se encuentra en el valle de Machu Picchu: un entorno impenetrable y salvaje, tan imponente que parece inhóspito para quienes habitualmente viven en una naturaleza domesticada por el hombre.

El encuentro con la Pachamama me estremeció íntimamente porque despertó en mí las sugestiones sensoriales antes que las mentales. En los altiplanos andinos, la naturaleza es dueña y se muestra, antes que tolerante, indiferente a la presencia del hombre.

Y luego, los pueblos y sus habitantes. Rostros curtidos por el sol, manos arrugadas, espaldas encorvadas. Niños coloridos y ruidosos, adultos que ya parecen viejos. Ritmos cotidianos regidos por hábitos consolidados por el sol y la lluvia, por el paso de las estaciones. Hombres y mujeres ricos en historia y conocimientos antiguos, pero privados de oportunidades de crecimiento y resiliencia. No quiero emplear palabras sobre la pobreza digna de esas personas para no caer en la retórica de quienes, como yo, se han acercado a ellas y las han observado con los ojos y los prejuicios del bienestar. Conservo el sabor de los encuentros y de los intercambios cautelosos, de la curiosidad mutua, del placer de compartir algunos momentos de la vida. Pienso en los niños y su futuro. Durante nuestra estancia en Perú pasé más de veinte días trabajando en el pueblo de Perccajata, dedicando sólo una semana a las tradicionales excursiones turísticas. Bueno, más que los evocadores sitios arqueológicos de la civilización Inca y la emocionante subida a la montaña de Los Siete Colores, lo que llevo con más cariño dentro de mí es el recuerdo de las personas que conocí en los pueblos andinos, así como la preciosa amistad que han logrado regalarme Alvino, Giorgio y Antonino, mis tres compañeros de aventuras.

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